jueves, 1 de abril de 2010

Nacimiento de un torero ( III )

Yo, en una novillada sin picadores inventado un nuevo pase: el natural con la tibia en tierra.



A los catorce años, y una vez convencida mi madre, tuve la fortuna de formar parte del alumnado de una Escuela Taurina. Nunca les estaré lo suficientemente agradecido, las enseñanzas que me impartieron terminaron de cimentar mi concepto del toreo. En cuestión de meses ya sabía hacer gaoneras, chicuelinas o revoleras; ponía banderillas, corriendo hacia atrás, adelante, para donde fuera me daba igual. Con el tiempo también perfeccioné el pase cambiado por la espalda, los estatuarios y los circulares. Empecé a manejar todas las habilidades que habían hecho figuras al Soro, Espartaco o Paco Ojeda gracias a que, como todo el mundo sabe, en las Escuelas Taurinas los profesores son grandes figuras de la tauromaquia, y nunca matadores fracasados.


Otra de las grandes cosas que me enseñaron fue a actuar en público: desplantes, voces coralinas, mímica y hasta a manejar el drama. Antes de darme cuenta, me habían convertido en una pequeña figura del toreo en ciernes.


Aunque a mi padre se lo había tragado la tierra siguiendo la estela de Ponce, igual que Marco con su madre, la situación de la familia no era precaria. Aún quedaban por ahí unos ahorrillos de cuando mi progenitor trabajaba en el Banesto. Con esos cuartos me compré un vestido de torear, tabaco y oro, y los primeros trastos. Como las novilladas sin caballos que nos iban saliendo eran muy pocas decidimos que había que invertir un poco en mi carrera. Así que, en contadas ocasiones, pagué por torear en algunos pueblos donde no entendían mucho del arte, pero si de los dineros. Tras grandes triunfos en Getafe, Lepe, Herencia o Villaluenga del Rosario, se podía decir, sin temor a equivocarme, que mi carrera era ya algo irreversible. (Continuará...)

lunes, 22 de marzo de 2010

Nacimiento de un torero ( II )

Servidor, con doce años. Mi tauromaquia limitada me impedía tener los conocimientos que tienen Juli, Ponce, Morante y tantos Maestros para ayudar, cuidar y mantener a los toros.



Crecí viendo dominar a los toros a Maestros como Espartaco, del que admiro su técnica; a Paco Ojeda, con su valor sereno y al Litri, con ese toreo tan bullicioso y enérgico. Estos monstruos marcaron mi destino como figura.

Me puse delante de mi primera becerra con once años, en la ganadería del padre de un amiguete, constructor con sueños de ganadero bravo. Una finquita, cuatro sementales y medio centenar de vacas adquiridas a un empresario de los vinos andaluz, y a disfrutar del momento. Cuánta alegría me provoca ver que los sueños de los grandes aficionados se pueden ver cumplidos. Cuánto bien le ha hecho ésto a los toros. En este desvirgamiento taurino, se hizo lo que se pudo, que fue más bien volar todo el rato por los aires. Los sabios consejos del ladrillero: ``¡con el pico, cítala con el pico!´´, ``retrasa la pierna y alarga el muletazo´´o ``llévala lejos, para afuera, desplázala´´no fueron suficientes y pasé el mejor peor rato de mi vida. Terminé con las vestimentas hechas jirones. Verme así aumentó mis sueños. Ahora podía sentir lo mismo que Belmonte, Palomo Linares o El Cordobés cuando volvían a sus casas magullados de los tentaderos. Pero eso, que para mí era fascinante, representaría después otro problema: ¿que me diría mamá cuando me viera el polito Lacoste o mis tejanos Levis hechos harapos? Supongo que cosas así también les pasarían a los monstruos que he citado antes.


Durante los siguientes tres o cuatro años seguí poniéndome delante de las vacas, con más fervor que talento. El no tener ningún tutor o mecenas cerca me hizo ser un poco autodidácta. 6 Toros 6, Aplausos o los libros de José Antonio del Moral fueron mis biblias taurinas. Intenté leer otras cosas que me recomendaron, pero yo ni las entendía bien del todo, ni me gustaban. Estaban ese Navalón, o el tal Vidal, hablando siempre del toro y restándole méritos al torero llegando incluso al insulto. Me negué a leer nada de aquello que olía a viejo, rancio y anticuado. Todo el mundo sabe que el torero es el eje de las corridas y que sin torero, nada tiene importancia. (Continuará...)

domingo, 21 de marzo de 2010

Nacimiento de un torero (I)



Mi nombre es Ataulfo Cabrera, natural de Sevilla, anunciado como `El Ñete´ en plazas tan exigentes como Nimes, Málaga, Barcelona o Albacete. La sangre farandulera corre por mis venas, ya que mi madre era tonadillera y mi padre era un artista de los buenos: trabajó codo con codo con el tal Mario Conde en Banesto. Con semejante reata, a la temprana edad de cinco años empecé a lidiar con las ganaderías más duras que he visto en mi vida: jefes cinqueños del CNI; inspectores de policia mansos, pero rebrincados; jueces cárdenos con todo la barba y algún que otro abogado cornalón. Al parecer, a papá, o al jefe de papá mejor dicho, lo acusaban de meter las manos donde no debía.

Las fuerzas de seguridad del estado tuvieron mala suerte ya que llegaron tarde, pues Conde y mi padre, grandes aficionados ellos, se encontraban en Francia siguiendo los pasos del maestro Ponce, que se encerraba en Céret con Cuadris, en Orthez con Miuras y terminaba con una corrida concurso en Vic Fezensac. Extrañamente, los comisarios no creyeron ésto, se nota que no son tan buenos aficionados como sus colegas Trinidad, Muñoz Infante o Julio Martinez, y los pusieron en busca y captura.


El caso es que no volví a ver a mi progenitor, y ahora me lo imagino en un templo, custodiando un mausoleo en honor a Enrique Ponce. La sensación de ver al maestro de Chiva lidiar lo más duro en la tierra de Napoleón habría hecho que un aficionado de la sensibilidad de papá se enclaustrara de por vida con la percepción de que había encontrado el Santo Grial. (Continuará...)